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Un lugar donde las palabras fluyen como el agua de una fuente,
donde los recuerdos cobran vida,
donde los sueños se hacen realidad.
Bienvenido a mi mundo.
Adela
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sábado, 11 de diciembre de 2010

Segunda parte de "Imagine a life made of what we dream"

« Capítulo I

II

Un rayo de sol travieso se cuela a través de las densas cortinas color púrpura de la habitación de Hannah y se posa directamente sobre sus ojos. Parece como si aquel simple hecho tuviera un propósito oculto, como si la naturaleza se hubiera vuelto en su contra, ya que por mucho que tratara de evitar el haz de luz, la temperatura aumentaba tan solo con el discurrir de los minutos, lo que le hacía imposible permanecer un solo segundo más en aquella cama.


Con increíble buen humor, a pesar de lo poco que soportaba las temperaturas altas, Hannah comienza a despertar. Una sonrisa se dibuja en un perfecto trazo sobre sus labios, su larga melena dorada reposa sobre la almohada como si una suave brisa la hiciera ondear hacia atrás. Sus ojos... ¡ay, sus ojos!. Aunque aún somnolientos, son el reflejo de un alma ilusionada, los ojos de alguien que ha caído en una trampa para ciegos, la del amor. Sus intensos iris celestes se dejan entrever tras sus pestañas enmarañadas, parecen incluso algo más cálidos que de costumbre. Quizá se debiera a aquel extraño brillo que podía percibirse con claridad en su mirada.
Y cómo cambiaron sus ojos en el instante en el que volvió a la realidad. Primero, se contrajeron ligeramente para volver a abrirse alcanzando su máxima amplitud, como un animalito asustado, incapaz de parpadear.
Todo había sido un sueño otra vez. No podía creérselo. Más bien no quería creérselo.
Agarró su almohada, la estrujó contra su cara impidiendo que las lágrimas brotaran de sus ojos y ahogó un grito de rabia. Pataleó, se revolvió entre las sábanas, se sostuvo la cabeza entre las manos aún sin creerse lo ocurrido.
¿Qué clase de tortura se suponía que era aquella? ¿Por qué noche tras noche soñaba con aquel desconocido?¿Y cómo era posible que siempre cayera en la misma trampa? Debía de estarse volviendo loca, y aunque le preocupaba seriamente, nunca nadie más que ella supo de la existencia de aquellos sueños.
Al cabo de un rato consiguió reunir las fuerzas necesarias para alzarse de la cama. Parecía un cuerpo sin alma, sin vida, que se arrastraba a lo largo de la casa en busca de algo que llevarse a la boca. Por suerte no se topó con nadie de camino a la cocina, ni tampoco de vuelta a su cuarto, aunque era algo lógico ya que no debían ser más de las 8 de la mañana.
Al regresar a su pequeña guarida, cerró la puerta tras de sí con más intensidad de la necesaria, haciéndola retumbar ligeramente sin llegar a ser un portazo. Descorrió las cortinas y se dejó inundar por los rayos de aquella radiante mañana de verano, mas un frío latente bajo su piel helaba todo rastro de alegría. Su mirada se había anclado en algún punto en el horizonte, sin embargo ella iba a la deriva en un mar revuelto de caos y confusión.
Hannah, inerte contra la ventana, simplemente estaba ahí.

La mañana se deslizaba lentamente, pero como el tiempo siempre pasa, el mediodía no tardó en llegar. Ahogandóse lentamente en su tristeza, encerrada en su habitación, divisó a sus amigas desde la ventana de la cual no se había movido en toda la mañana. Pudo ver como llamaban a la puerta, oyó a su madre gritando y llamándola, ni siquiera se molestó en contestar. Tan solo dejó que las cosas siguieran su curso, lejos de ella. También pudo ver como sus amigas se marchaban preocupadas por algo que su madre les había dicho. Qué más daba eso ahora, ya se inventaría alguna excusa para explicarles porque no había acudido.

Cerca de las 6 de la tarde, cuando ya no le quedaban lágrimas que llorar, Hannah se viste con desgana. Escoge una blusa de tiros blanca, bastante cómoda y con encaje en la parte trasera, dejando al descubierto parte de su espalda. Unos shorts vaqueros, siempre tan prácticos. Y por último sus sandalias romanas hasta media pierna, color marrón. Se pone frente al espejo y peina su larga cabellera rubia. A cada lado de su melena hace dos finas trenzas que caen confundiéndose con el resto de los mechones dorados. Una vez preparada se dirige al exterior de la casa, evitando los gritos de sus padres que buscan una explicación a su extraño comportamiento, explicación que no reciben.

No muy lejos de su casa, se halla un bosque lleno de vida, exuberante en todas las temporadas del año. Es uno de esos bosques en los cuales a uno le gustaría perderse, por lo que a Hannah le parece una opción realmente seductora, olvidarse de todo perdida en aquel bosque que jamás le habían permitido explorar. Era la mejor opción sin duda.
Conforme avanza, la vegetación se vuelve más copiosa y abundante, el musgo invade los troncos de todos y cada uno de los árboles, incluso los recovecos de las rocas, prueba de que probablemente aquel lugar jamás hubiera visto la luz del sol. De pronto, se topa en el camino con un sendero que parece despejado. Harta de tener que saltar ramas caídas, evitar pantanales y abrirse paso a través de la maleza, decide seguir aquel camino.
Bruscamente desaparece el bosque ante sus ojos cuando ya lleva un rato siguiendo aquella vía; el verdor y su frescura son sustituidos por una cálida pradera dorada repleta de margaritas bajo la luz de un sol que comienza a decir adiós por el oeste. Sus últimos rayos le dan una apariencia de pradera en llamas, preciosa, colorida, ardiente, envuelta en las llamas de un fuego que no quema.

Siente unas ganas locas de correr y volver a ser la niña feliz y despreocupada que rodaba y se revolcaba entre cientos de flores sin importarle si su vestido se manchaba, o si alguien tal vez la estuviera observando. Libre de todas sus ataduras por fin, alza el vuelo y pone rumbo hacia su felicidad; corre ansiosa y deseosa de ser feliz . Baila al compás de una melodía que tan solo ella conoce hasta caer rendida, riendo sin parar y recordando viejos tiempos. Allí tumbada entre cientos de flores cierra los ojos y se deja vencer por el cansancio, olvidándose incluso que tiene una vida por vivir. Tan solo está ella, y lo demás le da igual. O eso cree.

Noche, noche espléndida e inesperada. Un manto de estrellas cubre el cielo, esa noche más iluminado que nunca. Aún cerca de la línea del horizonte se intercalan los tonos cálidos con los violáceos, pero a su alrededor solo distingue los contornos oscuros, y con suerte poco más, de cuanto la rodea. Qué maravillosa visión, piensa.
Sus sentidos adormecidos comienzan a despertar. Un ligero balanceo, eso es lo que percibe la joven a continuación, constante e incesante, molesto al mismo tiempo y aparentemente la causa de su desvelo. Desvía la mirada ligeramente a la derecha, parece haber más luz a su alrededor. Continúa girando su rostro hacia el resplandor y de pronto, como salido de la nada, lo ve, está allí con ella, sosteniendo un farolillo y mirándola. Reconoce sus labios, sus ojos, su pelo... tan cerca de ella, tan real. Sabe que le está hablando, pero ni siquiera lo escucha, tan solo sonríe.
-¿Estás bien? -insiste el muchacho que parece llevar un tiempo llamándola.
Hannah sacude la cabeza alejando el sopor de su mente y se incorpora sobre sus codos, manteniendo el peso de su torso sobre ellos para poder mirarlo más de cerca. Súbitamente su sonrisa desaparece.
- Ya debo estar soñando de nuevo, ¡Dios mío! ¿Pero qué es lo que me pasa últimamente?
- ¿De qué hablas? Debes de haberte dado un golpe o algo, vamos, te llevaré a tu casa. -El joven le tiende su mano para ayudarla a levantar.
- Oye Luc, sé que esto no es real y...
- Espera, ¿Sabes mi nombre? -la interrumpe.
- Pues claro, ¿acaso tu no sabes el mío?
- Sí, pero pensé que no te habrías fijado en mí o que no te acordarías -dijo desviando la mirada al suelo.-
- ¡Eso sí que es divertido! -dice Hannah entre carcajadas- pero si siempre tengo que estar aguantándote en todos estos sueños tan raritos.
- En serio, no sé de que me estás hablando, creo que en vez de llevarte a tu casa te llevaré al médico -dice mientras esboza una sonrisa confundida.
Ella guarda silencio durante varios segundos angustiosos para ambos.
-¿Me estás diciendo que esto es real, está pasando de verdad? ¿Seguro que no estoy soñando? -su voz es apenas audible.
Luc asiente mientras aquella sonrisa suya, cada vez más confundida, se amplía mostrando parte de una fila de dientes blancos y perfectos.
- Claro, ¿Qué iba a ser si no?
- Oh Dios mío... - Hannah trata de ponerse en pie y siente como le fallan las piernas.
Tiembla y no se atreve a mirarlo a la cara, aún no acaba de creerse que realmente está allí con ella.
- ¿Hannah?
Al ver que ni se mueve ni responde, Luc la carga en brazos. Hasta entonces, Hannah ni siquiera se había percatado de la hilera de casas que había a unos 100 metros frente a ellos. La lleva hasta la casa más cercana y la sienta en una silla del porche. Desaparece unos instantes, pero en seguida vuelve con una manta de lana, tan calentita y mullida. Tapa con delicadeza a Hannah y se coloca frente a ella, agachando su rostro y mirándola directamente a los ojos.
- No te muevas, en seguida vengo.
Oye a Luc correr escaleras arriba en el interior de la casa. También lo oye hablar con alguien, debe de ser su padre piensa ella. Ni siquiera era capaz de explicar como había llegado hasta él, el verdadero chico de sus sueños. Oye el ruido de la cafetera o alguna máquina similar. Es todo tan surrealista. Casi sin darse cuenta, vuelve a tenerlo frente a ella, ofreciéndole un chocolate caliente. Qué guapo es.
- Aquí tienes, seguro que te ayudara a entrar en calor. El chocolate siempre le sienta bien a todo el mundo -le acerca la tacita- mi padre está llamando a tu casa, pensé que sería buena idea, así no se preocuparán por ti.
- Gracias -tiende sus manos temblorosas hacia él reclamando su taza y da un pequeño sorbo para comprobar la temperatura de la bebida.
- Bueno, volviendo al tema de antes, entonces dices que sueñas conmigo.
- Yo no he dicho eso -añade apresuradamente Hannah.
- Pero es lo que me has dado a entender -no la va a dejar escabullirse, su sonrisa parece tenir un matiz pícaro ahora.
- Bueno, ¿Y a ti qué te importa? -trata de defenderse ella.
- Pues mucho.
- ¿Ah, sí? ¿Y se puede saber por qué?
- No -niega muy convencido de su respuesta.
- Vamos, tu ya te has reído de mí, también yo me merezco algo de diversión ¿no?
Luc suspira, resignado, traga saliva. Algo había cambiado en él y en su gesto, o eso sugerían sus mandíbulas apretadas.
- Está bien, te va a sonar raro pero... Bueno es igual. El caso, es que nos conocimos hace un par de años, unos amigos nos presentaron, charlamos, pero todo fue muy rápido y tu tuviste que irte. Desde entonces jamás volvimos a saludarnos, tan solo te veía de pasada en el verano, pero... Había algo en ti que me inquietaba. Creo que me gustaste simplemente.
Está vez era real, y como tantas muchas otras veces Hannah sintió como si se derritiera lentamente al oírlo. Ella le sonríe dulcemente.
-¿Sabes?, esta noche ha sucedido un pequeño milagro.
-¿Cuál?
-Por fin mis sueños se han hecho realidad.



Capítulo 3 »

martes, 7 de diciembre de 2010

It seems as if the sun had never shone as bright before

Para alguien que espero que se sienta identificado en cuanto lo lea.

El final del verano se acerca de manera peligrosa. Acechante, a la vuelta de la esquina.
Las noches se alargan, y los días se acortan, y es entonces cuando decidimos aprovechar al máximo lo que queda de nuestras vacaciones.
Tres jovencitas, bien saben lo escaso del tiempo que les queda, por lo cual deciden embarcarse en una nueva aventura hacia lo desconocido y no tan desconocido, con excusa de celebrar el cumpleaños de una de ellas.


8:59

Impacientes, dos amigas miran el reloj continuamente, y en sus caras se denota una expresión de fastidio. Tan solo queda un minuto para que la guagua parta hacia su destino, y están seguras de que no lo logrará. Oyen el rugido del motor al ponerse en marcha, pero también oyen algo más, algo que no consiguen identificar. Plof, plof, plof. Un chancleo y una respiración agitada, bastan para animar los rostros lánguidos de las dos chicas, que corren en compañía de la recién llegada hacia el vehículo a punto de partir. Lo consiguen de milagro.
Tras situarse en los asientos traseros, la joven de cabellos castaños y ondulados, saca un paquete perfectamente envuelto de su maleta.
-¡Felicidades! -dice aún con la respiración agitada, entregándole su regalo.
Desde el asiento más cercano a la ventana, llega una queja.
-Oye, que es de parte de las dos -hace constar la chica de cabello castaño cenizo y algo menos largo y ondulado que el de la anterior.
Entre risas y charlas interminables continúan su viaje, mareando a todo aquel que estuviera cerca durante dos horas, aunque también intrigando a los curiosos con los habituales cotilleos acompañados de originales críticas.


11:12

La mañana resulta terriblemente apetecible. El sol brilla en lo alto del cielo, el mar está en calma y en la arena yacen unas pocas toallas, dejándoles un amplio abánico de posibilidades para elegir donde establecerse. Para colmo, las cosas entre ellas, no pueden ir a mejor.
La sombra que ofrecen las palmeras del extremo derecho de la playa, parece el mejor lugar para situar sus toallas. Fresco y algo apartado del resto. Demasiado tentador como para dejar escapar la oportunidad. Tras colocar las coloridas toallas sobre la arena, tímidamente comienzan a desvestirse y a bañar sus cuerpos en crema, sin saber que alguien las observa desde el mismísimo momento de su llegada.
Unos minutos más tarde, se encuentran felizmente correteando por la orilla, lanzándose agua las unas a las otras, y tratando de ser las últimas en caer. Disfrutan de su compañía, juegan, hablan, nadan, se ahogan, se molestan, toman el sol, se asan, vuelven al agua, se lo pasan de maravilla. A mitad de la mañana, con el mediodía pisándoles los talones, deciden adentrarse un poco más en el mar. Aproximadamente durante una hora, desaparecen de la playa con un llamativo patín de agua, teniendo un rato exclusivamente para ellas y su disfrute en una zona más tranquila y retirada.
Conforme se acercan las horas más calurosas, la estancia en la arena se hace incómoda, pegajosa, agobiante e incluso insoportable, más aún después de una ligera y rápida parada para llenar sus estómagos; la cercanía al mar se hace prácticamente necesaria para ellas. Lo que aún no sabían, eran las consecuencias que aquellos hechos traerían.



15:22
-Por favor, ¿Puedo salir yaaa? ¡Me duele el cuello de estar aquí! -gritaba bajo un enorme montón de arena la joven de cabello castaño cenizo a sus dos amigas, que yacían sentadas en la orilla, a tan solo un metro de ella, dejando que las olas acariciaran sus pies con su tranquilo y rítmico vaivén.
-¡Ay! Claro, con razón, es que se me olvidó ponerte una almohada para tu cuello. Voy a hacerla. -dice retirando un mechón de pelo ondulado de su rostro una de las chicas.
Sus intenciones se vieron mermadas de súbito con el paso de una figura esbelta y de andares decididos frente a ellas. Tras el paso de aquella ligera "brisa marina" que las había dejado sin aliento, las dos muchachas de la orilla se miran.
Silencio, miradas de complicidad, risas.
-¡Hey, hola! que todavía estoy aquí, ¿se acuerdan?
-¡Ay! Sí, sí, es verdad lo sentimos. -ahora ambas corren con nuevas energías para terminar la tarea que ya habían comenzado.
Mientras colocaban la arena mojada bajo el cuello de la joven enterrada, de nuevo, volvieron a verlo. Pero esta vez se percataron de que iba con alguien más, alguien que conseguía pasar totalmente desapercibido al lado de semejante galán.
- ¡Deberían poner más agua, esa arena está muy seca! Y ahí se les quedó un hueco -dijo el chico que lo acompañaba, de baja estatura y figura redondeada, que más tarde terminaría por ser bautizado como "el bola".
- Creo que ya lo habíamos notado pero gracias por el consejo -dijeron ellas riendo.
Varios paseos más por la orilla precedieron a aquel encuentro, hasta que finalmente las chicas decidieron darse un baño. Curiosamente, ese fue el final de los paseos del "galán y su amigo". Para mayor sorpresa de ellas, tras desaparecer unos instantes del panorama, regresaron, aunque más gente los acompañaban ahora.
Como atraídos por un imán, los chicos se acercaban cada vez más a las jovencitas en el agua, hasta que llego tal punto, en el cual ellas, muertas de vergüenza e incertidumbre, decidieron que ya era hora de descansar un rato bajo el sol.
Agobiante y excitante a un mismo tiempo eran los adjetivos que mejor podrían describir aquella persecución. Sí, persecución. Había comenzado a serlo desde que los jóvenes habían situado sus toallas frente a las de ellas y desde que trataban de captar su atención o llamarlas mediante los colores de sus bikinis. Uno de ellos, que ya conocía a las muchachas de antemano, decía los nombres de cada una de ellas y el resto los gritaban con voces absurdas que pretendían hacerlas reir (y normalmente lograban su objetivo).
El grupo pronto comenzó a disolverse. Eran cerca de las 6 de la tarde, y muchos debían volver a sus respectivas casas. Finalmente, tras la gran retirada, solo quedaron el galán, su amigo y el muchacho que ya las conocía.
Se armaron de valor y por fin fueron capaces de establecer una conversación normal (si a eso podía llamársele normal) con ellas.
En cuanto "el galán" se quitó sus gafas, las 3 jovencitas volvieron a mirarse de nuevo. Ni siquiera eran necesarias las palabras para expresar lo que sentían al ver los últimos rayos de sol del día reflejados en sus iris verdosos; en su cabello castaño revuelto debido a la arena y la sal acumulada; en sus músculos de la espalda, ligeramente tensados y marcados...
Tras varias bromas y juegos que implicaban mucha arena y piedras, vieron necesario un último baño, todos juntos esta vez.

20:00
La luz casi se había extinguido en el horizonte y ya hacia varios minutos que habían salido del agua entre temblores y castañeteando los dientes. La escena era bastante cómica. Verlos a todos salir disparados del mar estremeciéndose por la súbita y fresca brisa que los había invadido, lanzándose a por sus toallas mientras trataban de escoger el mejor sitio en las hamacas. Una de las chicas sacó la comida que les había sobrado del mediodía y la colocó sobre una toalla para que, a modo de picnic, pudieran cenar algo. Además cogió también la cámara y revisó las fotos que anteriormente se habían sacado.
-¡POR FAVOR! ¡Miren esto! Salimos horribles, ni se les ocurra mostrar esto a nadie -y así quedarían, tan solo para el recuerdo en álbumes de fotos y recortes, guardadas en secreto.
La comida no duró demasiado y el frío era cada vez más intenso. "El bola" -que así era como lo habían apodado las chicas-, tuvo que marcharse también y aunque no quería despedirse, se le estaba haciendo tarde. El resto de los muchachos se agruparon por parejas.
El galán se tumbó con la cumpleañera, parecían haber intimado con increíble rapidez. Las otras dos chicas se sentaron juntas, pero el glotón -el chico que ya conocían de antemano, se quedó con aquel nombre ya que había arrasado con todos los víveres de los que disponían- consideró oportuno echar a la morenita, arrastrándola del brazo. La pelea estuvo reñida, y ella insistía en quedarse junto a su amiga, pero finalmente y como era de esperar, el forcejeo acabó con la victoria de él. Quizá no significaba nada, pero para ella, había algo en su forma de actuar que la hacía dudar acerca del propósito que "el glotón" buscaba.
Mientras que la "pelea" continuaba entre ellos tres en la arena, el ambiente en la hamaca era mucho más cálido.
La muchacha rubia y "el galán" se habían acomodado bajo una toalla resguardándose del frío de la noche (aunque aún así no se librarían de coger un resfriado). Cada uno agarraba la toalla por un extremo tirando de ella, tapándose y destapando al otro, en un continuo juego. Hicieron un alto el fuego en la batalla de los tirones para pegarse más aun el uno al otro. Él recorría sus piernas deslizando suavemente sus pies descalzos arriba y abajo, como el ir y venir de las olas en la arena. Ella sin embargo, optaba por entrelazar sus pies en su pierna, tratando de robarle algo de calor a su cuerpo. Aquella tregua parecía más bien un tratado de paz, ya que llegados a este punto, "el galán" apoyó su rostro en el hombro de ella, dejándose atrapar por el olor de alguno de sus mechones rubios que le caían sobre los hombros. Ella temía volver la cara hacia él, las dudas la estaban matando y se debatía constantemente entre besarlo o no besarlo.
Sin saber ni cómo, ni de dónde, consiguió reunir las fuerzas necesarias para girar su rostro hacia él, aunque sus fuerzas fueron en vano. "El galán" mantenía sus ojos cerrados, parecía dormido, aunque tan solo trataba de descansar de una larga y dura jornada. Nunca sabría si realmente descansaba o esperaba que algo rozara sus labios.
La chica rubita se sentía engañada, decepcionada e ilusa. Quizá se había hecho demasiadas ilusiones, quizá se hubiera montado películas acerca de una realidad que nunca llegaría a serlo. Sus amigas por el contrario, habían terminado por percatarse y no pensaban de igual modo que ella, de hecho, no sabían que había ocurrido realmente entre ellos, ni lo sabrían hasta pasado aquel día.
Llega la hora de la despedida.
Lentamente, con bastante parsimonia, se levantan cansados, arrastrando sus molidos cuerpos como almas errantes a través de la playa desierta y a oscuras. Caminan hablando de esperanzas de volver a verse en un futuro no muy lejano, del maravilloso día del que habían gozado y bromean, aunque debido al cansancio, las bromas carecen de razón y un mínimo de inteligencia. En el último momento, cuando ya caminaban el último tramo de piedra que los conduciría fuera de aquella playa y lejos de aquel día, la cumpleañera muestra "al galán" algo que le había tomado prestado. Era su gorra. Juró devolvérsela una vez volvieran a verse, asegurándose así de que aquella no fuera la última velada que gozaban juntos.
Cuando las chicas les dan un beso para despedirse, ellos niegan echándose un paso atrás.
-Ah no, no. Aquí se dan dos besos.
Y así cada una fue dando un par de besos a cada chico, con sus diferentes maneras de besar y de despedirse.
Unos minutos más tarde en el coche, cada una miraba hacia el exterior de su ventana, haciendo una selección de los mejores recuerdos vividos en aquel día, recordándolos minuciosamente sin excluir ni un solo detalle para así no poder olvidarlos jamás.
Ansiosas y soñadoras, no veían la hora de volver a aquel pequeño paraíso.
Tan solo con mencionar el nombre de aquel lugar, en los ojos vidriosos de todas, en aquella pequeña luz de la mirada, se podía leer la historia de principio a fin.
Una historia de ilusiones del final de un verano.