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Un lugar donde las palabras fluyen como el agua de una fuente,
donde los recuerdos cobran vida,
donde los sueños se hacen realidad.
Bienvenido a mi mundo.
Adela
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sábado, 26 de noviembre de 2011

"El pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla"


Tropezó con la lámpara de mesa vintage que tanto le gustaba. En otras circunstancias se habría detenido a pensar qué diantres hacía allí, cuarteada e impidiéndole el paso. Pero no era esa la ocasión.
En su lugar, se dejó caer en el sofá con la cabeza en los pies y los pies sustituyendo su espacio en el respaldo. Su columna vertebral se deslizaba en el asiento, obedeciendo a las leyes de la gravedad -que debería estar estudiando-, y la cabeza le daba vueltas, inconsciente de que se precipitaba hacia el desgastado suelo de aquel cubil. Tocó fondo de una manera un tanto estrepitosa y dolorosa, pero necesaria para devolverle un resquicio de lucidez.
Quién la hubiera imaginado encerrándose en casa un sábado noche, entregada al vodka que había encontrado en una estantería cubierto de polvo y resignación. Ebria de sentimientos que la rebasaban como una copa demasiado cargada. Siempre había pensado que eso de emborracharse solo era un modo de llamar la atención, pero ahora concebía la adicción al alcohol como una vía posible y medicinal. Una noche no hacía mal a nadie.
Sin venir a cuento, los ojos se le anegaron en lágrimas y un grito sordo se apoderó de sus cuerdas vocales. Mil historias de los últimos meses se arremolinaban como un torbellino sobre sus pulmones, siendo a su vez el oxígeno que le hacía falta para levantarse, tambaleante e inestable, pero firme.
Escribió tantas veces como pudo con espantosa caligrafía "El pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla", hasta convertir la tinta en un mejunje de lágrimas y alcohol. Sin pensarlo dos veces, incineró el amasijo de papeles, que apestaban a melancolía y debilidad.
- Se acabó la autocompasión y el creer en las mentiras del pasado y los demás. Eso se acabó.
Se quedó a contemplar como las llamas acababan con su destrozo.
Juró no volver a beber jamás; nunca más, se dijo.
Por último, se maldijo por no haber prestado más atención en las clases de historia, pues lo poco que recordaba, parecía ser lo más útil y cierto que le habían contado hasta ahora.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Carta a una ingenua

Escúchame niña,
creo que nunca antes he tenido que hacer una confesión tan grande. Me tiemblan las manos y hasta se me han puesto blancos los nudillos; por un momento creí que tú también temblabas, pero me he dado cuenta de que no es más que el patético tembleque de mi cuerpo meciéndote desacompasadamente. Será mejor que vaya directo al grano.
Estos días que hemos pasado juntos, soñando amaneceres, escapándonos de las multitudes, bailando bajo la lluvia, hablando de un futuro incierto y de temas poco útiles -admito que únicamente con el motivo de seguir saboreando tu voz de ingenua-, han sido tan increíbles que ni el mejor autor de ciencia ficción podría haber esbozado el guión de una utopía tan perfecta. Sé que cuando trate de contar el secreto que esconden tus ojitos desconsolados, nadie me creerá, tan solo aquellos que se atreven a mirarte de cerca pueden advertirlo, y todos ellos, se quedan prendados de las miles de luces ambarinas que desprenden. Sería egoísta si te pidiera que los escondieras, privaría al mundo de su octava maravilla, aunque no puedo evitar pensar que algún día llegará alguien que sepa como tratar su delicada belleza ocre.
Creo que necesito un trago, como aquella noche en la que me llevaste a un local de poca monta en las afueras de la ciudad, en un mal intento por disimular que te habías perdido. Estoy seguro de que cualquiera de los borrachos, ludópatas, pensionistas, drogadictos, camareros o cualquier hombre presente en la sala, habría deseado ser yo en aquel momento, aunque tu parecías no darte cuenta. Ah, aquella noche, embriagados, sé que podíamos haber sido dos amantes de esos que se besan en callejuelas iluminadas por la luz de la luna, hasta la saciedad, como si bebieran del último oasis en el desierto, y amanecen acurrucados en un rincón de un parque. Me mirabas con carita embelesada y las mejillas encendidas en un tono carmesí, y he de admitir que era casi imposible resistirse a tanta ternura, casi imposible no besar tu piel ardiente, pero, ¿cómo podría perdonarme después por traicionarte, mientras tú, realmente habías abandonado tu cuerpo y vagabas por mundos insólitos?
Te hablo en voz baja, como se cuentan las verdades del corazón, contra tu pelo, para que desprenda su suave aroma a vainilla y canela, y pienso, qué suerte que sea invierno y hayas querido buscar refugio en mis brazos, aferrándote a mí como si te fuera la vida en ello. Pobre ingenua. No sabe el efecto que su sonrisa soñadora causa sobre mí, mientras duerme, aquí, sobre mí, tan cerca. Tan solo espero que no despiertes y me sorprendas besándote en la frente. Algún día contemplarás como se enrojecen mis orejas, igual que cada vez que le hablo de ti al silencio, que ya sabe de tus dotes de artista y está cansado de oír cuanto deseo que te quedes, aunque no pienso dedicarte frases ñoñas y superficiales, de esas estoy seguro que tienes baúles repletos; prefiero que te quedes con los sentimientos.
Algún día, mi niña ingenua, te llevaré al cielo, para que tu delicada belleza ocre, pueda estar junto con las demás estrellas del firmamento. Algún día, podrán rozar mis labios tus labios en un beso...

domingo, 6 de noviembre de 2011

Mírame

No tengo secretos para ti.
Mírame.
Soy débil, frágil, vulnerable, tímida, retraída, inocente. No soy nadie sin mi disfraz de engreída orgullosa a la que nada le importa.
Sin embargo, tú, me miras, me miras queriendo ver que hay algo bueno en mí. Y no sé cómo, pero lo cierto es que renuevas mis virtudes, me elevas hacia lo incomprensible, y creo que rozo la inmensidad infinita con la yema de mis dedos. Quizás empiezo a creerte. Ser transparente es fácil, ser como el agua cristalina y pura de montaña, es muy fácil cuando tú estás cerca. Porque no tengo nada que esconder, nada que pueda enturbiar nuestras aguas, y si lo tuviera, tú ya lo habrías descubierto hace mucho tiempo, porque es cierto eso de que soy como un libro abierto que aguarda a ser leído.
Contigo todo es fácil. Incluso levantarse de madrugada resulta sencillo si sé que tú estás. Las cosas deberían ser así, como nosotros: fluidas, sin esfuerzo.
Mírame una vez más.
Mírame y piérdete en mi mirada, para así asegurarme de que nunca puedas encontrar el camino de vuelta y yo pueda seguir siendo como agua de montaña.