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Un lugar donde las palabras fluyen como el agua de una fuente,
donde los recuerdos cobran vida,
donde los sueños se hacen realidad.
Bienvenido a mi mundo.
Adela
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martes, 17 de diciembre de 2013

Mi medio limón



Te he querido tanto, pero tanto...
Te he querido tanto que me duele decirte que me he dado cuenta de que no eres mi media naranja, o mi medio limón en nuestro caso, porque nosotros siempre hemos sido un poco diferentes. No sé si echarle la culpa a las circunstancias o si es que somos nosotros los culpables. Pero llegué a creer que funcionaríamos, de verdad. Éramos la excepción que confirmaba la regla. Éramos las ganas de engañar al destino, de provocarlo, y confundirlo una vez más, como cada vez que este no acababa con nosotros. Éramos un adiós que no llegaba nunca, que se hacía de rogar. Y éramos las noches en vela interminables, en las que nos comía el orgullo para despertarnos hambrientos, con ganas "de un beso tuyo".
Pero también éramos el primer rayo de la mañana, el que se alza tímidamente por encima del mar para dar los buenos días, y la última lámpara encendida en la noche. Éramos las tardes de sillón, manta y tele, en las que me acurrucaba sobre ti hasta caer dormida, como siempre. Éramos eso a lo que aferrarse cuando no queda nada.
Y te diré que hemos estado ciegos, no sé bien si de amor o de orgullo, lo que está claro es que estamos ciegos. Hemos exprimido tanto nuestra otra mitad, sin querer, que ahora escuecen las heridas, las palabras parecen navajas ensalzadas en ácido y nos hemos quedado vacíos. Y si ya no queda nada que exprimir... ¿Ahora qué?
Te quise tanto mi medio limón... Tanto.

sábado, 5 de octubre de 2013

Homicidio astral


Aún no logro entender cómo hemos llegado hasta este extremo.
Los últimos tres mil seiscientos segundos han sido un preludio agónico y progresivo hacia lo que creo que es lo más parecido que he visto a la muerte de una estrella.
La miro. La miro y la veo tan sumamente bonita como siempre, incluso con esa capa de rocío sobre sus pestañas que me impide ver con claridad sus preciosos y vivarachos iris pardos. Parece cansada, dos medias lunas moradas rodean sus párpados inferiores, y sin saber bien por qué, me siento culpable de haberle robado el sueño a una criatura tan vulnerable e inocente como ella.
Veo también el fallecimiento de la estrella en sus propios ojos. Opacos, sin luz, sin ese fuego que solía incendiarme el pecho en una oleada de devastación y sentimiento.
Ahora, es el aire el que incendia mis pulmones. Cada bocanada de aire sin ella duele más que la anterior.
Necesito abrazarla. Ya. Ahora. Necesito susurrarle cuánto la quiero, acariciar su mejilla de seda y agua y besarla, desesperadamente, no podría ser de otra forma ahora que sé que la voy a perder. Sin embargo en cuanto mis brazos tratan de aferrarse a algún resquicio de vida en su piel canela, ella da un paso atrás. Y es entonces cuando sé que la he perdido.
Le suplico que se quede. "Por favor, peque, no me dejes. Te necesito." Su respuesta son un par de sollozos sordos y un balbuceo que se pierde en el vacío que nos separa.
Joder, qué he hecho. La he roto. He matado a mi estrella.
Recuerdo días de mejillas rosadas, de nudillos apretados, de besos blanditos y fugaces, de otros besos no tan fugaces, de sonrisas tan amplias que podrían cruzar el Atlántico, de charlas bajo las sábanas.
Ella se da la vuelta, dejando vacíos y malditos mis recuerdos de días felices, dejándome a mí.
Contemplo por última vez su belleza, ahora fría y nostálgica, y con su marcha, veo convertirse todo aquello que amé, en todo aquello que he perdido.

sábado, 24 de agosto de 2013

Quédate conmigo


Hace frío aquí, mucho frío.
Ya sabes que cuando el frío cala en los huesos, ni los treinta y tres grados que marca el termómetro son capaces de ahuyentarlo. Y mira que son templados.
También es cierto que el frío de las despedidas escarcha, y, paradójicamente, arde más que ninguno. Te deja aterido y desconcertado ante la visión del desmoronamiento de promesas que ya nunca serán más que eso. Promesas. Te libera ante la proposición de un mundo nuevo que no quieres aceptar, en el que no quieres vivir -al menos no sin ti-, ya que el mundo que hasta ahora conoces ha sido cruel contigo.
Y no logro entender por qué. ¿Por qué?. Todo marcha bien cuando bebemos café; todo marcha bien cuando me cuentas historias de guerra; todo marcha bien si sé que estás aquí... ¿Por qué cambiarlo entonces?
A veces nos despedimos de un amigo, otras de un ser querido, y otras, de alguien a quien amamos. Pero todas y cada una de las despedidas se llevan un pedacito de alma consigo, que te desnuda, y por mucho que te vuelvas a vestir sabes que nunca volverás a recuperar esa pieza de ropa que tanto te gustaba, y lucías orgulloso, y admirabas y volvías a admirar hasta cansarte de remirarla. Y que ahora ya no está.
Como Dicaprio en Romeo y Julieta desafiaré a las estrellas, gritaré y no las dejaré morir en paz hasta que me devuelvan lo que es mío, implorando un último adiós. Deben andar borrachas últimamente, confundidas por la embriaguez de algún bohemio de aliento alcohólico y poético que no las deja dormir.
A veces desearía hablarles yo también con ese aliento y hacer llorar a las estrellas como solo ellos saben, con sus versos agridulces que se cuelan como gatos por todos los rincones.
Yo no sé hacer llorar a las estrellas y no siempre hablo tan claro como quisiera. Pero, por favor, no te vayas.
Quédate conmigo, que aquí hace mucho frío.

jueves, 14 de febrero de 2013

Carta a la señorita frígida


Me recuerdas tanto a mí.
Desde hace cuatro días coincidimos siempre a la misma hora en esta cutre cafetería en medio de ninguna parte. Sé que finges no saber que soy habitual del local, al igual que sé que finges estar embebida en tu café espumoso y humeante. Cucharita arriba, cucharita abajo en un constante vaivén.
Veo como te limpias las manos, meticulosamente, acariciándolas, saciando la necesidad de mimos que no reciben. También sé por qué elevas la punta de tu naricilla de ninfa cuando ves a un hombre pasar y por qué te gusta marcar las palabras con tu pintalabios color carmín.  Créeme, yo solía ser como tú.
Día tras día, sentada frente a la barra del bar, he ido comprobando cómo adoptas tu posición de defensa; cómo la tigresa hunde sus garras en la tierra cada vez que llega a sus oídos una nota de voz masculina. "Por si acaso", te repites. ¿Y el carmín? Sé que no es más que un modo de recordarte a ti misma que tus labios están sellados, que ni la más entrañable de las conversaciones conseguiría robarte un suspiro, porque nadie es digno de beber de ellos. Al menos por ahora.
Pero siempre existirá ese alguien que sea tu debilidad. Y llegará el día en el que te sientes en este mismo lugar y te olvides de remover el café, porque estarás embebida en sus palabras y desearás que acaricie esa naricilla tuya y que te quite el carmín y las preocupaciones a mordiscos. Te hará creer en todos esos clichés sobre los que siempre leíste en tus novelas desgastadas por el uso y te recordará lo preciosa que te ves cuando le sonríes así. Sí, justo así, con el rostro ligeramente ladeado.
Para cuando recibas esta carta, yo ya me habré marchado de este lugar. Tan solo necesitaba que supieras que siempre habrá alguien dispuesto a llevarte a París.
Yo ya lo he encontrado.