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Un lugar donde las palabras fluyen como el agua de una fuente,
donde los recuerdos cobran vida,
donde los sueños se hacen realidad.
Bienvenido a mi mundo.
Adela
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domingo, 16 de diciembre de 2012

Prepara tu media sonrisa



Fue solo un segundo, pero no necesitaba más que eso.
Un paso, media vuelta, un cruce de miradas involuntario y una media sonrisa fueron todo lo que necesité para saber quién sería la nueva dueña de todos mis sueños bajo la almohada.
Su pestañear, ligero, una tila para los sentimientos. Dios mío, no recuerdo unos ojos tan magnéticos y atrayentes como los suyos, nada más existía cuando ella decidía utilizarlos y mirarme con sus iris pardos como si no hubiera mañana.
¿Cómo puede echarse tanto de menos a alguien que nunca has tenido y que en ese mismo instante se encuentra a tu lado?
Tenía sed, sed de ella. Sed de saber qué se sentiría al ser su amortiguador de caídas y su beso de la mañana. En un segundo fue capaz de crear expectativas de un futuro al que me sentía incapaz de aspirar. Quería pedirle que me devolviera mi vida, con mis viernes de caza y sus noches fugaces, con mis lunes interminables, y con mis días tal y como eran antes. Pero yo sabía que era demasiado tarde, las horas no volverían a pasar sin su recuerdo y los minutos se convertirían en una guerra para alcanzarla.
A veces ocurre, conoces a alguien que sabes que tiene que ser para ti. Y yo sabía que ella era para mí, no pensaba dejarla escapar.

Prepara tu media sonrisa, esa que me vuelve loco.
Voy a por ti.


         Siento estar tan desconectada, apenas tengo tiempo para nada, pero de verdad que aprecio muchísimo los comentarios, si no jamás podría mejorar. GRACIAS. De todo corazón.

domingo, 21 de octubre de 2012

I need my sky to be blue and my oceans to be salty


Cuando llega el atardecer y el sol se pone tras la colina arrastrando consigo a la noche, todos necesitamos un hogar al que volver. La noche es para búhos, con sus escalofriantes giros de trescientos sesenta grados y sus fulminantes ojos amarillo limón; para murciélagos y las cientos de historias de vampiros y terror que se deslizan entre la sombra de sus alas.
Por largo que sea el día, la noche siempre llega, y para entonces, necesito que mi cielo siga siendo azul y los océanos salados. Que la liebre corra por la montaña y por el mar nade la sardina. Que las estrellas brillen como diamantes en el firmamento y que el mundo siga girando, para que el sol no tarde en llegar.
No importa que se fundan los bombillos y no haya luz que alumbre en la oscuridad, la luna, siempre preside la noche y la sumerge en una melancólica y pálida belleza. Tiñe de plata los reflejos de luz, y el resto del mundo, queda reducido a un plano secundario, sombras lánguidas de tonos añil que se pierden lejos de los límites de nuestra vista. Ella será el único testigo de mis pasos irregulares en la arena.
Pero nada importa si están conmigo mi cielo y mis océanos, porque la noche siempre llega, y tan inesperada como llega, se va.

viernes, 27 de julio de 2012

Electricidad estática

Ahí va otra vez.
Las luces vuelven a girar. Los contornos se difuminan. Un tsunami inunda mis pulmones de un extraño sentimiento. La habitación comienza a desaparecer. Siento que el pecho me va a estallar. Y después...
Después tan solo quedamos tú y yo. El resto del mundo ha dejado de existir por unos instantes, o tal vez sean minutos, horas, ¿pero a quién le importa el tiempo cuando no tenemos ni un segundo que perder?
Ese inesperado e insólito huésped que ahora habita mis pulmones, es como un imán que me atrae hacia ti.
Quiero besarte. No aguanto más.
No sé ni cuánto tiempo llevamos haciendo que salten chispas en el ambiente al más mínimo contacto de nuestros labios. Pero no pienso besarte. No mientras sigas siendo la electricidad estática capaz de ponerme el vello de punta con un mero roce. No mientras sigas aportando pequeñas descargas eléctricas de felicidad a mi vida.
No pienso besarte hasta que se nos escape el tiempo de las manos y tengamos que volver a ser conscientes de él, con la desesperación del adiós en la boca.


Sé que te dije que jamás podría explicar "esa sensación tan rara" que noté en la parada y tal vez existan muchas y mejores maneras de explicar un beso, pero aquí tienes una pequeña aproximación a nosotros, a lo que soy cuando tu estás cerca y a ese pequeño trocito de cielo del que me haces dueña.

martes, 3 de julio de 2012

Segunda carta a una ingenua - Insomnio


Ella era la única que sabía cómo robarme sueños de amaneceres a su lado. La única por la que el insomnio calaba en mis huesos como la escarcha cuando se hacían interminables los días sin ella. Lo habría dado todo por su pestañear resuelto y provocador, que me hacía sentirme sucio.
Cada una de mis terminaciones nerviosas eran conscientes de que la deseaba. Y me habría gustado poder explicarle que tenía una infinidad de te quieros a presión en la garganta, ahogados, silenciados por un remoto miedo a perderla. Por si aquel huracán de sentimientos devastaba todo posible rastro de cariño en ella, y este huyera a un lugar más seguro donde refugiarse, lejos de mí.
Me habría gustado hacerle saber que ahora el aire parecía enrarecido si no respiraba su aliento húmedo y cálido, a veces con un ligero regusto a menta. Su aliento me colocaba, me volvía adicto a ella.
Me habría gustado decirle, que se llevara este maldito insomnio y las tantísimas noches acogiendo a la nostalgia en mi cama en vez de a ella. Que ojalá estuviera aquí, haciendo realidad esos sueños de amaneceres a su lado.

sábado, 9 de junio de 2012

Ojitos de minino


No hace mucho, hace aproximadamente dos lunas llenas, descubrí que a la luz de los astros todos tenemos ojitos felinos.
He descubierto que las noches no son tan frías como parecen con una buena compañía y la ayuda de un  chocolate caliente, de esos que abren todos tus poros para que los secretos fluyan con facilidad. Aunque bien es cierto que no solo eso basta para hacer crepitar el fuego que ablanda los órganos y nos muestra vulnerables ante el mundo; con unos inmensos ojos de minino desconsolado.
Como decía, desde la penúltima luna llena, me he aficionado a intentar averiguar la forma y el color de los ojos felinos de cada persona que pasa por mi vida. Resulta sencillo sentarse a esperar con los oídos abiertos, paciente y siempre presente, como los astros del cielo, esperando poder escuchar la historia de una vida. Resulta sencillo porque sé que una vez comiencen a hablar, poco a poco, la empatía hará de las suyas y moldeará la forma de dos cálidas y relucientes canicas. Merece la pena conocer la otra cara del ser, la vulnerable, la que escondemos del mundo porque es frágil como el cristal de las canicas, y normalmente, la que más brilla.
Gracias a mi virtud he encontrado ojos de todos los tipos imaginables y de los inimaginables también. Sin embargo, hace dos lunas llenas que encontré unos peculiares ojos felinos en tierras infértiles; pardos, moteados y con las pupilas más dilatadas que jamás he podido ver. Desde entonces, trato de buscar algo que se les asemeje. Mucho me temo que no lo encontraré.

lunes, 30 de abril de 2012

No sabían nada


Era una mañana preciosa, estaba segura de ello. Tenía la certeza de que iba a ser un día perfecto, y cada mota de polen que aspiraba de aquella alborada primaveral, no hacía más que confirmarlo. Los días sin humo en la ciudad brillaban por su ausencia, así que no puedes ni imaginarte cuanto agradecía aquella brisa mañanera, purificadora y refrescante. Mientras, yo aprovechaba el oxígeno renovado en mis pulmones para pensar en ti.
Me gustaba imaginar que la brisa que entraba a través de la ventana entreabierta eras tú. Que jugabas a encontrar nuevos recodos bajo mi camiseta, nuevas manchas en mi piel. Que regresabas para revolver las sábanas conmigo y regalarle algún que otro suspiro al colchón. Que volvías a escribir sueños en la pared en un lenguaje que tan solo nosotros presumíamos de entender. Recuerdo aún cuantos miraban con recelo, y pensaban que tú no eras más que una pasión demente y transitoria, carmín difuminado sobre mis labios. Pero, tengo otra certeza. Ellos no sabían de tus caricias, de tus gestos, de tus maneras de caballero, ni de tus te quieros. Ellos no sabían nada de ti, ni de mí. No sabían nada de nosotros, y menos aún, que lo éramos todo.

sábado, 3 de marzo de 2012

El día en que la sandía perdió todo su sabor


Yo soy de esos que prefieren el sabor aguado y grumoso de la sandía en días de verano. Cuanto más fresca y líquida, mejor. Precisamente, estaba comiendo una rodaja de sandía con nostalgia el día en que la vi. El candado del escueto baúl que guardaba todas aquellas emociones olvidadas a presión, reventó aquella tarde.
No recordaba haberla visto jamás con aquel color tostado sobre los hombros. Las olas se habían llevado consigo los restos de las preocupaciones que antes yacían sobre su mirada, y el viento había hecho un magnífico trabajo esculpiendo las dunas de su cuerpo; curvas, lisas y doradas. Ochenta y nueve rayos de sol se habían enredado en su pelo, uno por cada día que habíamos estado separados. Y yo, tan solo quería correr para desenredar aquellos malditos rayos de sol de su pelo, que me cegaban y me hacían mantener una distancia prudente. Los mismos que hubieran sabido darme la calidez que mis venas, frías y azules, me pedían. Ella era tan verano... Y yo tan invierno.
No me queda otra, más que callar y dejarla ser. 
Me dedicaré a escribir canciones sobre rayos de sol que cobijan del frío del desamparo, en tardes aguadas e insulsas como la sandía.

domingo, 22 de enero de 2012

Era un acorde de guitarra, o quizás una estrofa, o tal vez una canción

Recuerdo con perfecta claridad que aquella mañana no tenía ganas de salir. No es que estuviera deprimida ni nada por el estilo, tan solo me apetecía quedarme en mi rústica y humilde habitación, rasgueando un par de acordes improvisados con mi guitarra.
Era una mañana cálida, de esas en las que ni siquiera te paras a pensar que existe algo llamado temperatura y uno tan solo se pone una camiseta ancha sobre la ropa interior por no estar desnudo.
Era una mañana íntima. A solas, yo, mi guitarra, un lápiz y sentimientos en potencia sobre la colcha de colores de mi cuarto. O al menos eso era lo que yo creía, hasta que se abrió la puerta de madera azul eléctrico con un crujido.
- Deberías arreglar esa puerta, ratita de biblioteca.
- ¿Qué haces aquí Oliver?, ¿Cómo diablos has entrado?
Él hizo como si no hubiera oído mi pregunta y se sentó a mi lado en la cama, robándome la libreta que tenía entre las piernas. Olía ligeramente a una mezcla de champú y colonia. No sabía porqué, pero me halagaba que se hubiera molestado en arreglarse antes de venir a verme.
- Devuélveme eso.
Antes de que pudiera darme cuenta, ya se había apoderado también de mi guitarra y tocaba, desafinando en voz alta, los últimos acordes de la canción que acababa de escribir.
- Esta ñoñería era lo que cantabas antes de que yo entrara, ¿verdad? -me preguntó en tono burlón.
No podía soportarlo más, lo odiaba. Deseaba que aquellos ojos verdes desaparecieran para siempre de mi vida, y sin embargo, cada vez que imaginaba que aquello ocurría, me invadía una sensación de ingravidez, de vértigo. Le arrebaté la libreta de las manos, me planté junto a la puerta y la abrí de par en par, esperando a que saliera.
- Lárgate de aquí.
- Aaay, Ruby, Ruby. Si lo que pasa es que estás necesitada, tan solo dilo -dijo mientras se levantaba con aire inocente y las manos en los bolsillos, dirigiéndose hacia la puerta.
Por un momento pensé que se iría -lo cual me resultó bastante extraño-, pero sin previo aviso, se giró hacia mí y me besó. Primero, apasionado; sediento. Poco a poco fue reduciendo la intensidad del beso hasta convertirlo casi en una caricia. En cuanto se separó de mí, sentí frío en el lugar donde su cuerpo había estado presionado contra el mío.
- Algún día, alguien te querrá de ese modo, por ahora, confórmate con eso.
No sabía qué contestar. Me había quedado inmóvil junto a la puerta, y tan solo me vino a la mente la pregunta menos lógica. Pragmática y con los pies en la tierra, así era yo.
- Oliver, ¿Para qué has venido?
Se detuvo bajo el umbral de la puerta, y esbozó una sonrisa, como si en realidad no tuviera ningún motivo para venir, y estuviera buscando algo que decir.
- Es igual, ya veo que hoy estás demasiado ocupada pensando en mí. Volveré mañana.