Las lágrimas me anegan los ojos hasta desbordarlos, me arden por cada gota que derraman. Cada lágrima es una discusión, una burla, un insulto, un te odio. Y ahí estás tú, intentando perturbar mi calma una vez más, avanzando lentamente hacia mi, como si fueras un cazador tratando de acercarse a un animal salvaje; con tacto y precisión.
Ni siquiera sé por qué dejo que te acerques, quizá estoy cansada de huir. Soy incapaz de mirarte por miedo a enredarme en tus ojos y recorrer en ellos laberintos de recuerdos a tu lado. No, no voy a caer tan fácilmente.
De pronto, impulsado por una pequeña descarga eléctrica cargada de remordimiento, me abrazas. Me abrazas como si fuera la última vez y me susurras al oído un perdón tan sincero y transparente, que pude atrapar en él la esencia de un te quiero.
Desde ese momento en el que tu aliento rozó mi piel, supe que tenía que perdonarte y me rendí a tus brazos y a todas esas jugosas promesas de un futuro mejor.
En mi opinión, fue una dulce manera de rendirse.
3 comentarios:
OH :)
Un perdón sincero es suficiente para rendirse, tienes razón.
Que bueno tu blog!
Me ha encantado! Y aunque te hayas rendido, sí, coincido contigo de que es una manera bonita y encantadora. Me encanta cómo escribes!
Muak!
Muchísimas gracias a los dos <3
¡No hay nada que hacer ante un perdón convincente! jajaja
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